Camino al Pórtico de la Gloria: El significado cristiano de la peregrinación jacobea
Durante muchos siglos los peregrinos emprendieron el Camino Jacobeo buscando un sentido a su vida. Una respuesta a las preguntas que toda persona se hace alguna vez a lo largo de su biografía: ¿cuál es el sentido profundo de mi existencia? ¿Qué o quién puede llenar mis ansias de felicidad? ¿Quién me indica en la vida el camino a seguir? ¿Existe vida después de esta vida?
El peregrinaje a la tumba de Santiago el Mayor entraña un mensaje. Una enseñanza que da una respuesta a las preguntas que se formula el peregrino. Es el testimonio del apóstol Santiago que vivió personalmente hace más de dos mil años el día a día con Cristo, el hijo de Dios hecho hombre. El discípulo de Jesús nos dice que Cristo es el principio y el fin del universo, el eje del tiempo y de la historia.
El apóstol Santiago testimonia a cada peregrino, proveniente de cualquier parte del mundo a Compostela, que Cristo es una presencia que nos acompaña aquí y ahora. Y que Cristo hoy se manifiesta a cada persona de la misma manera que lo hizo en vida a él. A través de la petición, de la oración y de la compañía de aquellos otros que le siguen, se manifiesta con el fin de dar a sus vidas un sentido pleno de felicidad.
El Camino, junto a el Pórtico de la Gloria, representan una alegoría de este testimonio jacobeo. Un mensaje plasmado por el maestro Mateo en su sublime obra, cumbre del Románico, ubicada a la entrada de la Catedral de Santiago que alberga el arca de plata, con los restos mortales del apóstol Santiago.
El camino al Pórtico de la Gloria
El gallego Félix Carbó, estudioso del Pórtico de la Gloria, nos recuerda que el Románico, nacido a partir del año 1000 y primer arte sagrado cristiano occidental, no tiene como meta la perfección técnica. En el arte de la Edad Media no es tan importante el reflejo de la realidad, sino el mensaje que se quiere transmitir.
Los peregrinos del Medievo, a pesar de no saber leer ni escribir, eran capaces de descifrar los símbolos del Pórtico -levantado entre 1175 y 1188- y comprender la verdad que buscaban al comenzar su largo viaje. “Cristo es la única vía por la que el hombre tiene la posibilidad de avanzar hacia la plena felicidad”, resumen Carbó en su libro. Una hipótesis que comparte con Santo Tomás, en la Summa Teología, y Dante, en La divina comedia.
Este erudito pontevedrés también pone de manifiesto el viejo saludo de los peregrinos al encontrarse en el Camino: “ultreia et suseia” – “Deus adjuvat nos”. Vamos más allá y más arriba. Un saludo al que los peregrinos responden con la plegaria: “Dios, ayúdanos”. Que Dios nos ayude a encontrar el buen camino más allá de las apariencias de la vida y con la razón abierta al misterio.
La fe no es un acto irracional, sino todo lo contrario, es el acto más razonable que puede encontrar el ser humano, porque se puede verificar y experimentar en el día a día. No hay nada que emane de Cristo que no pase por la humanidad del hombre, de su razón, de su miseria, de sus tentaciones, de su pecado y de su impotencia.
En la encuesta previa que el peregrino hace para obtener La Compostela, una vez concluida su peregrinación a la ciudad de Santiago, existe un amplio denominador común. Los motivos que a muchos han llevado a emprender El Camino son los mismos que motivaron a iniciarlo a peregrinos de todos los tiempos: han tocado fondo en su vida. Sin embargo, algunos no son del todo conscientes de esta realidad.
Las causas que han provocado la chispa que da lugar a ese punto de inflexión vital pueden ser diversas. El fallecimiento de un familiar, la superación o no de una grave enfermedad, un divorcio o el cansancio de una vida monótona e insatisfecha pueden ser algunas de las muchas razones. Pero lo que es común es que algo ha provocado la necesidad de dar un vuelco a su vida. El dinero, el poder, la fama, el sexo, las drogas y demás tentaciones hedonistas que el mundo les propone, no les dan una respuesta que satisfaga plenamente sus ansias de felicidad.
El Camino es un símil del ser humano en el peregrinar de su vida, buscando desesperadamente una respuesta que le de una plenitud a su existencia. El encuentro con Cristo en el camino de la vida es un acontecimiento que causa estupor, una historia de amor que se prolonga en la eternidad, siempre que se cuide en el día a día con la petición y la oración. Sin ambas premisas, no es posible verificar la propuesta cristiana. Porque tanto la petición, como la oración, constituyen el punto en que la conciencia de la persona comienza a participar en el misterio de Aquel que lo creó.
“El Espíritu Santo sostiene nuestra debilidad porque nosotros no sabemos ni siquiera lo que hemos de pedir en la oración, ni como conviene pedirlo, pero el Espíritu en persona intercede por nosotros con gemidos inenarrables” (Rom 8,26). La capacidad de adhesión a la propuesta cristiana es un don de Gracia. El encuentro cristiano hace consciente a la persona sincera de la desproporción entre sus fuerzas y los términos mismos de la propuesta. Le permite ser consciente de la excepcionalidad del problema planteado por un anuncio así.
En su mensaje, el apóstol Santiago testimonia que el misterio de Cristo se revela y se presenta en una compañía. Dice que la “compañía” es algo experimentable. Que Cristo ayuda acompañándote físicamente con la compañía que te ha puesto o que te espera. Santiago recuerda que el encuentro con Cristo le hizo crecer, llegar a ser grande. Le hizo experimentar la cercanía de una realidad humana distinta, correspondiente, persuasiva, educativa, creativa, que de algún modo le impactó. Y entonces dijo libremente: “Me voy con ellos”, con Cristo y con sus Apóstoles.
Santiago aceptó el empujón hacia esa realidad humana que había encontrado. Algo le había impactado, aunque fuera un soplo. Y es que Cristo también “trabaja” con soplos. El apóstol Santiago afirma que Cristo es una presencia. Y, como ayer, hoy y mañana, acompaña a través del encuentro con una persona concreta de entre los seguidores de Cristo. Un encuentro con una persona que te hace percibir el soplo nuevo de una promesa de vida, de una Presencia que corresponde con la espera original de tu corazón.
El Apóstol dice que es esta y no otra compañía en la que Cristo se ha vuelto compañero de tu vida y se estrecha junto a ti en el camino, te ciñe y te sostiene. Que la característica de la compañía en la que Cristo te ha puesto es recordar en cualquier circunstancia de la vida, que todo está hecho, en última instancia, de Cristo.
El misterio de nuestras vidas se abre a la luz con el seguimiento a Cristo, porque Él lo ha dicho: “Sin mí no podéis hacer nada.” (Jn,15,1-5).